(Parte III: infidelidad y vínculos afectivos)
“ El bien y el mal, lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto, lo bello y lo feo
dependen de decisiones humanas contractuales, relativas e históricas”
MICHAEL ONFRAY
Llamamos infidelidad al incumplimiento, entre los miembros de una pareja, de un contrato, implícito o explícito, de exclusividad. Llamamos infiel a aquel que no actúa según los pactos establecidos o quiebra los compromisos adquiridos. Visto en “clave sexual” la infidelidad es la ruptura de la restricción de circunscribir el contacto sexual o amoroso a una sola persona, según lo acordado.
Existen muchas razones por las que las personas rompemos nuestros contratos. Seguramente tantas razones como personas. Pero, generalmente, suelen indicar un deseo interno de cambio. Cuando algo en mi vida o relación no marcha bien, la infidelidad puede convertirse en el desencadenante del cambio y pone de manifiesto en la relación aquella insatisfacción que siento, mi miedo al compromiso, mi ganas de romperla, mi necesidad de novedad o la falta de aquello que nos unió... Sea como sea, cuando una pareja se enfrenta a una infidelidad, lo que está claro es que la relación nunca vuelve a lo de antes y no sólo porque pongamos sobre la mesa la necesidad de que algo ha de cambiar sino porque implica secreto, decepción, inseguridad, traición y su consiguiente merma de confianza. Y si existe algo indiscutible en los contratos de las relaciones de pareja es la confianza y, en muchas ocasiones, no reparamos en ella hasta que se esfuma y su pérdida es dolorosa y difícil de superar.
Ante un engaño, y una vez, que hemos vivido el dolor que el duelo implica, a día de hoy, únicamente existen dos opciones. Una, dejar la relación, bien porque hemos descubierto que la persona que amamos o amábamos no es como esperamos o bien porque ya no queremos o no quieren que la relación continúe; y dos, seguir adelante asumiendo que algo falla y que hay trabajar para cambiarlo.
Si decidimos seguir con nuestra pareja lo primero que debemos asumir es que nada volverá a ser como antes, ni mejor ni peor, diferente. Acto seguido, hemos de exteriorizar y poner fuera de nuestra mente los sentimientos de pena, tristeza, desilusión… perdonando y olvidando a base de tiempo, esfuerzo y amor. Y a partir de aquí, comunicación: siendo sinceros, manifestando cómo nos sentimos y a qué tenemos miedo, explorando nuestra reacción, desilusión y dolor, teniendo en cuenta nuestras necesidades y revisando para qué estamos juntos.
No debemos olvidar que las crisis son oportunidades de superación y que cuando un contrato se incumple gozamos de una segunda ocasión para reelaborarlo, y esta vez, conscientemente, conociendo sus términos y detalles e incluyendo aquellas cláusulas que sabemos son importantes.
Ana Adán
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