miércoles, 23 de noviembre de 2011

Debo, quiero, puedo: el mito de la voluntad de hierro

 Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia.  Elige un televisor jodidamente grande. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos. Elige buena salud, colesterol bajo y seguro dental. Elige hipoteca a interés fijo. De la película Trainspotting

Podemos elegir dos caminos diferentes para lograr lo que nos proponemos: el del querer o el del deber, y con excesiva frecuencia tomamos este último, convencidos, además, de que es la única opción que tenemos al alcance de las manos. En demasiadas ocasiones nos enfrentamos al devaluador sentimiento de hacer lo que hacemos porque, sencillamente, no hay otra alternativa, porque debemos hacerlo. Pero esto es cierto en una proporción de casos mucho menor de la que asumimos.
Digamos que tengo una jornada laboral media (8 horas diarias), una familia media (1.39 hijos y cuarto y mitad de marido), puede que tenga algún familiar a mi cargo… Empiezo a funcionar a las 7 de la mañana y casi nunca encuentro un momento de descanso antes de las 22. Y digamos que en uno de esos momentos caigo sobre el sofá para sentirme privilegiadamente exhausta y privilegiadamente desocupada para pensar, por fin, en mis cosas. Entre otros mensajes que atraviesan mi mente me detengo en este: Debería hacer un poco de ejercicio porque sé que es bueno para mi salud, mejoraré mi aspecto físico y sé que sería más feliz dedicándome algo más de tiempo.
Vayamos por partes, porque tenemos para rato:
En primer lugar, el debería que encabeza la frase y muchos de los mensajes que diariamente nos echamos a la mochila es, ya de entrada, si no un mandato tiránico,  al menos sí cuestionable como motor eficaz para ayudarnos a conseguir nuestro propósito. Lo que cabe cuestionarse aquí es, en primer lugar, si debo yo realmente hacer ejercicio (o cualquier otra cosa). ¿Hay alguna norma que imponga la necesidad de mejorar el aspecto físico de las personas? ¿Dejan de atender mis enfermedades en los centros de salud si previamente yo no he cuidado la mía? Si yo debo hacer ejercicio, estudiar unas oposiciones, ser feliz, ayudar a un amigo siempre que lo necesite… ¿no deberían estos comportamientos estar regulados de alguna manera? Yo debo conducir por la derecha, pagar la cuota de autónomos o abstenerme de golpear al que se me coló en el súper porque existen normas específicas que así lo imponen; pero, ¿dónde queda recogido que debo separarme de mi pareja, que cada día debo coger el 36 para cada día llegar puntual a mi trabajo para puntual pagar las facturas para…? ¿Qué es lo que hago porque debo y qué es lo que hago porque quiero, porque realmente quiero?
Deber y querer no son lo mismo. Deber es una autoimposición mientras que querer implica capacidad de elección y ejercicio voluntario de la misma si así lo deseo. En cualquier caso, siempre puedo darme cuenta de que no quiero realmente hacer algo y rectificar en este punto. ¿Quiero de verdad dedicarme más tiempo o soy de esas personas que necesitan volcarse en los demás para sentirse bien? ¿Quiero de verdad ser funcionaria o lo quiere de verdad mi madre? ¿Quiero trabajar en lo que trabajo porque quiero vivir en la casa en la que vivo porque quiero de verdad llevar la vida que llevo y por eso cada día cojo el 36, porque quiero?
Resolvamos que quiero, que de verdad quiero, ¿si quiero puedo?
Yo quiero hacer ejercicio, pero a las diez estoy tan agotada que no tengo fuerzas ni tiempo que dedicarme. Quiero ser funcionaria pero mi deseo no es suficiente para ocupar ese puesto. Quiero ayudarte siempre, pero en estos momentos yo también necesito ayuda. Yo quiero, pero no puedo porque no todo lo necesario para cumplir mis objetivos depende de mí. Algunas condiciones externas rodean mi meta. ¿Puedo actuar de algún modo sobre estas circunstancias ajenas a mí? Puedo, yo puedo muchas más cosas de las que creo, pero esos asuntos los abordaremos en sucesivos artículos. Hasta entonces, como decía antes, vayamos por pasos. 
Te propongo por ahora:
  • Aprender a discriminar lo que debes hacer de lo que quieres hacer, lo que debes ser de lo que deseas ser, lo ajeno de lo que te pertenece, lo adecuado para otros de lo importante para ti. Para eso es necesario revisar viejos conceptos, dedicar tiempo a la reflexión, hacer un ejercicio de toma de conciencia de los sentimientos que me genera una determinada circunstancia u acto. ¿Puedes hacer un listado con todos tus deberes o deberías? ¿Puedes cuestionar uno por uno y resolver hasta qué punto son deberes reales o no?
  • Aprender a apropiarte (o reapropiarte) de tus actos, quizá tengan más significado de lo que aprecias a simple vista o de lo que el lenguaje que usas te permite comprender. Para ello, prueba a cambia tu discurso: Tengo que (debo) cuidar de mi madre enferma lleva implícita la idea de que es un esfuerzo indeseado o impuesto por las circunstancias (la enfermedad o la vejez de mi madre, la ausencia de otros familiares con quienes compartir responsabilidades, las convenciones sociales o la moralidad). Sin embargo, es posible que cuidar de tu madre enferma sea también para ti una oportunidad especial para devolver a la persona amada el cariño que una vez recibiste gratuitamente, una oportunidad que te permite dar sentido a tu día a día en este momento. Por qué no reconocer tu esfuerzo y por qué no reconocer que quieres hacer ese esfuerzo porque te hace sentir paz, te hace sentir justa, te hace feliz saber que esa persona se siente arropada y querida y cuidada con amor. Yo quiero cuidar de mi madre ahora que lo necesita es una expresión que te permite reconocer mucho mejor el sentido de esta empresa.
  • Aprender a querer lo que haces como paso previo a saber hacer lo que quieres. Reconectar con el sentido profundo de nuestras acciones (revalorizándolas o cuestionándolas para modificarlas o desecharlas definitivamente) amplía nuestra consciencia de ser, lo cual es un requisito imprescindible para tomar consciencia a su vez de nuevas posibilidades, nuevas rutas de acción, nuevos propósitos.
  • Aprender a delegar y pedir ayuda. Asumir sólo los deberes que en realidad te corresponden o que se corresponden verdaderamente con tu filosofía de vida, con tus valores y objetivos vitales. Ser saludablemente egoísta. Y para ilustrar a lo que me refiero con “saludablemente” se me ocurre traer aquí las enseñanzas del Talmud cuando nos dice: Si yo no pienso en mí, ¿quién lo hará? Pero si pienso sólo en mí, ¿quién soy?
  • Aprender a perdonarse. Si fallas, no es momento para la culpa, sino para centrar toda tu atención en hacerlo mejor ahora.
Son algunos de los asuntos que hoy quería dejar flotando en tu mente. Espero sinceramente que contribuyan a tu bienestar.

Elsa García

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