miércoles, 21 de diciembre de 2011

Hemos roto, y ahora qué?.

(Vínculos afectivos y Duelo)
                “Muchas de las más intensas emociones humanas surgen durante la formación, el mantenimiento, la ruptura y la renovación de lazos afectivos”.
BOWLBY
A lo largo de nuestra vida, pasamos por diversas etapas, donde en un continuo vaivén de contacto y retirada vamos creando vínculos afectivos. Desde nuestro nacimiento, o quizá antes, sentimos la necesidad de ser queridos, amados, aceptados, comprendidos y acompañados en el camino de la vida, aunque sólo sea por una persona.  En ocasiones, nos torturamos por dicha aspiración y nos forzamos a no necesitarlo, olvidando que es un impulso grabado en nuestro cerebro, una necesidad fisiológica y emocional básica de la que no podemos escapar. En otras, lo pretendemos con todas nuestras fuerzas, obsesionándonos por la creación y mantenimiento de vínculos, a pesar de dejar de ser nosotros mismos en el intento.  Y de vez en cuando, cuando por fin creíamos disfrutar para lo que estamos programados, nuestros vínculos afectivos se rompen y tenemos que enfrentarnos a la pérdida.
Cuando el ser humano se enfrenta a la pérdida, sea ésta del carácter que sea, la frustración y la tristeza se instalan en nuestra vida. Además, de la rabia (que es una respuesta inmediata, corriente e invariable ante la pérdida) que no siempre se tiene en cuenta. El dolor  que sintamos dependerá de la valoración que hagamos de lo que teníamos, de nuestra capacidad para hacer frente a los conflictos (lo que diferencia a una persona que necesita ayuda psicológica, de una que no, es su capacidad para regular satisfactoriamente sus conflictos) y de la intensidad de las emociones despertadas en la relación.  Así como, de nuestras primeras experiencias vinculares, es decir, del tipo de apego que hayamos establecido con nuestros padres.
                Tras la ruptura de pareja (sobre todo cuando hemos sido dejados) nos encontramos con la aflicción, un conjunto de sentimientos que se van sucediendo (angustia, vacío, rabia, culpa…)    que nos alcanzan a nivel corporal, intelectual, emocional y social. Es decir, nos topamos con el Duelo y su elaboración, el proceso de adaptación que sigue a cualquier pérdida, donde decimos adiós a lo que dejamos. Para una correcta elaboración del Duelo debemos dejarnos llevar por la aflicción y vivir cada una de sus etapas.  
                La primera reacción psicológica tras la ruptura será la negación, por un corto periodo de tiempo, a modo de defensa, no seremos capaces de aceptar que la situación ha sucedido.  Acto seguido seremos alcanzados por la protesta o rabia, que es la forma de rechazar lo que está ocurriendo y este será el momento de buscar culpables de nuestra situación. Una vez que somos conscientes de la pérdida y nos hemos permitido expresar la rabia, la tristeza se apoderará de nosotros.  Con el tiempo iremos sintiendo que nos encontramos solos, y será aquí, cuando el miedo comience a acompañarnos, como señal de alarma de necesidad de protección (una de las razones por la que nos unimos a otros seres humanos es por el sentimiento de protección que el vínculo nos proporciona). Poco a poco, comenzamos a aceptar la ruptura racionalizándola, utilizando deshonestamente condiciones que creemos y sentimos pueden disminuir o hacer desaparecer el dolor. Hasta aquí, según mi experiencia terapéutica, la gran mayoría de las personas somos capaces de llegar solos, en más o menos tiempo o con mayor o menor sufrimiento. La dificultad suele aparecer en las siguientes etapas, que son las que, curiosamente, nos permiten el establecimiento de nuevas relaciones de pareja.
                Si hemos llegado hasta aquí e intentamos dar un paso más, dejándonos sentir  asumiremos con el corazón que la relación ha terminado, produciéndose así la aceptación emocional y estaremos preparados para decir adiós y pedir perdón.  Perdonar todo lo que nos hicieron y la situación en la que nos encontramos por ello.  Sin olvidar que como dice Hannah Arendt el perdón pretende hacer lo que parece imposible, deshacer lo que ha sido hecho, y consigue establecer un nuevo comienzo allí donde los comienzos parecían imposibles.  Tras el perdón lograremos contactar con todo lo bueno que nos ha proporcionado la relación y dar las gracias por ello.  Alcanzado este momento la pérdida será asimilada y el duelo habrá concluido, sintiéndonos tranquilos y pudiendo orientar toda la energía utilizada en la antigua relación en una nueva.
                Hemos roto, y ahora toca darnos un tiempo para nosotros, donde aceptemos y experimentemos la realidad de la pérdida, sintamos el dolor y las emociones que conlleva. Ser capaces de adaptarnos a un nuevo ambiente sin esa persona, aprender a vivir en él, retirar la energía emocional y reinvertirla en nuevas relaciones. Es decir, después de una ruptura: aprender a decir adiós a lo que dejamos y dar la bienvenida a lo que nos llega.
Ana Adán

martes, 20 de diciembre de 2011

1901: Primer matrimonio homosexual en España


Hace cien años, en La Coruña, las chicas de la foto se casaron legalmente. Marcela como la novia y Elisa haciéndose pasar por Mario. A pesar de que las descubrieron, la unión nunca fue anulada y por eso se la considera el primer matrimonio homosexual de España. Una exposición, un libro, una película y un premio que lleva sus nombres son parte del homenaje que hoy reciben desde el cielo.

lunes, 28 de noviembre de 2011

Habla tu cuerpo


Habla mi cuerpo

Si eres cuerpo vivo nadie puede decirte cómo has de sentir el mundo.
Y nadie puede decirte cómo es la verdad, pues tú mismo la sentirás.
El cuerpo no miente.
S. Keleman

El que más y el que menos sabe que el cuerpo, las expresiones de nuestra cara, y los gestos que nos identifican y en los que nos reconocen los demás, tienen una capacidad comunicativa que se escapa de nuestra intención consciente. Somos la imagen cifrada de múltiples mensajes que se dejan expresar, casi siempre sin querer, a través del movimiento, la forma, la postura. Somos muy sensibles a estas señales en los demás, magníficos instrumentos de decodificación, y también de imitación, porque estos mecanismos nos hacen tratable la vida: podemos comprender, predecir y manejar indecibles situaciones que implican el contacto directo entre personas. Y del mismo modo que aprendemos a temer, admirar, a sentir atracción o rechazo, o pena o gozo ante determinados estímulos y acontecimientos, aprendemos también la forma de llevar y de mover el cuerpo y el rostro, es decir, en parte, nuestro aspecto físico es modelado por nuestras experiencias psicológicas. Pero el cuerpo no es solo un correlato de experiencias mentales y emocionales, sino que éstas están igualmente mediatizadas por aquel.
Aprovechemos el conocimiento intuitivo que todos tenemos sobre las señales del cuerpo e imaginemos el físico de una persona de la que solo sabemos que aprendió a pasar desapercibido como mejor estrategia para evitar problemas en su entorno, que es tímida, retraída, miedosa, sumisa… tal vez nos la imaginaríamos la mayoría de nosotros un poco encorvada, hombros hacia delante, tensa, con las cejas altas, la mirada huidiza.
A la vez, recíprocamente, nuestras vivencias (de placer, tristeza, vacío, orgasmo…) pueden estar “interferenciadas” por nuestra disposición corporal. Retorcerse de la risa es un buen ejemplo de cómo la postura puede interferir en cualquier vivencia psíquica. A veces la risa es tan intensa que necesitamos contorsionarnos, doblarnos, apretarnos el estómago o el pecho; con esto evitamos que entre demasiado oxígeno de golpe, lo que podría marearnos, una sensación física cuyo correlato psicológico podría ser “perder el control”. Así, el cuerpo, en determinados momentos, actúa como interruptor, desactivando (o activando) en mayor o menor grado una determinada experiencia según la amenaza que suponga para la persona.
Sigamos imaginando: ¿qué sentiría nuestro miedoso si se permitiera alzar los hombros, abrir el pecho, estirar la espalda y hacerse presente, hacerse ver en esta posición, ocupar todo su espacio, quizá una cuarta por encima de la altura desde la que suele mirar el mundo y moverse por él? Llamémosle vértigo, por ponerle un nombre, que podría ir desde la ligera incomodidad hasta el pánico. La postura replegada es congruente con la actitud de evitar los problemas y evitar el vértigo. Nuestra figura y la imagen que tenemos de ella son otra forma de lenguaje en que se expresa nuestro interior.
La Bioenergética, es una disciplina terapéutica que integra trabajo corporal y emocional. Es una herramienta de autoconocimiento y crecimiento personal a través de la búsqueda de nuestras tensiones musculares y bloqueos energéticos, tratando de hacernos conscientes de ellos, localizarlos en el mapa del cuerpo y ponerlos en relación con nuestras vivencias, con el objetivo último de liberarnos de las corazas que constriñen nuestras emociones vitales. A través de ejercicios de respiración controlada, de comunicación y de carga y descarga de energía (que tienen raíces en el tai chi o el yoga), trabajamos sobre los distintos segmentos y grupos musculares, favorecemos la vivencia y expresión de los verdaderos sentimientos que subyacen a nuestras experiencias, de modo que pueden ser analizadas y finalmente integradas en nuestra biografía de modo coherente y con sentido pleno.
Te propongo un miniejercicio con el que comenzar a considerar estas cuestiones:
- Identifica una postura o un gesto típico en ti o pídele a alguien que te imite en un solo gesto o postura si te resulta difícil decidir.
- Exagérala mucho, métete bien dentro.
-Advierte qué músculos estás tensando, cuáles relajando, qué sensaciones puedes percibir: hormigueo, dolor, alivio, etc.
- ¿Qué funciones desempeñan las partes de tu cuerpo sobre los que adviertes estas sensaciones? Las manos nos sirven para agarrar, acariciar, golpear…; los pies para sostenernos, desplazarnos…; la boca para comer, hablar, besar… Relaciona estas funciones simbólicas con las sensaciones que experimentes de modo que tenga sentido y significado para ti.
- ¿Qué emoción podría simbolizar, a qué te suena en tu vida?
Todas nuestras experiencias nos dejan una huella emocional y también física, podemos decir que quedan grabadas en nuestra alma y en nuestro cuerpo. Cada parte, con su función natural, es a la vez símbolo significativo con el que podemos establecer una conexión y comenzar a trabajar conflictos interiores, nuestra historia vital y las formas que tenemos de relacionarnos con nosotros mismos y con los otros.
Esta tradición no es precisamente innovadora, se enmarca dentro del cuadro general de terapias holísticas que comprenden al ser humano como una totalidad indivisible de mente-cuerpo-emoción. Su bagaje puede remontarse a los primeros trabajos psicofisiológicos de Freud y a las conclusiones de su discípulo Reich sobre la configuración de nuestra personalidad y estructura corporal a partir de las experiencias traumáticas y emocionales que acaban somatizándose, aunque se coincide en señalar a Lowen como el sistematizador de la disciplina, y su corpus teórico y práctico siguen evolucionando.


viernes, 25 de noviembre de 2011

Los motivos del corazón.

“El corazón tiene razones que la razón no entiende”
BLAISE PASCAL
Hoy día, a pesar de las innumerables investigaciones al respecto, seguimos creyendo en la célebre frase de Pascal “el corazón tiene razones que la razón no entiende” y no seré yo quien lo discuta, simplemente diré, que hoy por hoy, tenemos datos suficientes para comprender muchas de las razones del corazón y como no podría ser de otro modo, se encuentran en nuestro cerebro.
El amor no es un sentimiento que se genera de la nada, aparece tras una reacción de nuestra mente ante la presencia de otra persona. Mucho antes de que el amor llame a nuestra puerta, a la edad de cinco u ocho años, formamos un mapa mental con los rasgos fundamentales de nuestra persona ideal. Según Money, este mapa lo construimos como resultado de asociaciones con familiares, amigos, experiencias y hechos fortuitos que nos hará enamorarnos de una persona y no de otra.
Para elegir a la persona amada, además del mapa mental, necesitaremos que nos atraiga eróticamente. Para ello nuestro cerebro captará las feromonas (sustancias volátiles que liberamos por los poros de nuestra piel),  emitidas por otros, a través del órgano vomeronasal, situado en la nariz, clasificándolas de atractivas o repulsivas. Lo que condicionará nuestra conducta de aproximación o alejamiento en la elección de compañero erótico. Y una vez que nos encontremos ante alguien que se ajusta a la imagen de persona ideal que tenemos y nos atrae, seremos capaces de desearle eróticamente debido a la influencia que la testosterona (hormona que las mujeres también producen) ejerce en nuestro cerebro.
Entonces, si nos encontramos ante alguien con los rasgos esenciales de lo que consideramos nuestra persona ideal, nos atrae eróticamente, le deseamos y nos corresponde, nuestro organismo entrará en ebullición, el cerebro se inundará de Feniletilamina (una potente droga cerebral, semejante a la anfetamina) y segregará dopamina, norepinefrina y oxitocina. Estos neurotransmisores serán los encargados de originar esa enajenación mental que todos alguna vez hemos vivido, el enamoramiento, con sus síntomas: alteración del pulso, palpitaciones, euforia, distorsión perceptiva, incremento del atrevimiento… Pero con el tiempo el organismo se va haciendo resistente a los efectos de estas sustancias y la pasión se desvanecerá gradualmente, dando paso a un amor más sosegado, basado en el cariño que sostendrá a la pareja más allá de la exaltación, asociado a las endorfinas que confieren la sensación de seguridad.
Que la química del amor, hasta el momento conocida, trabaje de este modo no quiere decir que afecte a todo, ya que el funcionamiento de estas sustancias se verá influenciado por los significados que damos a los estímulos que recibimos, y éstos por la importancia que les ha dotado nuestra cultura y la interpretación que de cada uno de ellos hacemos de acuerdo con nuestra historia vital. No podemos negar que existe una química interna que se relaciona con nuestras emociones, sentimientos y comportamientos, es un hecho científico, pero lo que sí podemos afirmar es que las feromonas, la testosterona y la Feniletilamina, no son el amor mismo, simplemente son su sostén material.

Ana Adán

miércoles, 23 de noviembre de 2011

Debo, quiero, puedo: el mito de la voluntad de hierro

 Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia.  Elige un televisor jodidamente grande. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos. Elige buena salud, colesterol bajo y seguro dental. Elige hipoteca a interés fijo. De la película Trainspotting

Podemos elegir dos caminos diferentes para lograr lo que nos proponemos: el del querer o el del deber, y con excesiva frecuencia tomamos este último, convencidos, además, de que es la única opción que tenemos al alcance de las manos. En demasiadas ocasiones nos enfrentamos al devaluador sentimiento de hacer lo que hacemos porque, sencillamente, no hay otra alternativa, porque debemos hacerlo. Pero esto es cierto en una proporción de casos mucho menor de la que asumimos.
Digamos que tengo una jornada laboral media (8 horas diarias), una familia media (1.39 hijos y cuarto y mitad de marido), puede que tenga algún familiar a mi cargo… Empiezo a funcionar a las 7 de la mañana y casi nunca encuentro un momento de descanso antes de las 22. Y digamos que en uno de esos momentos caigo sobre el sofá para sentirme privilegiadamente exhausta y privilegiadamente desocupada para pensar, por fin, en mis cosas. Entre otros mensajes que atraviesan mi mente me detengo en este: Debería hacer un poco de ejercicio porque sé que es bueno para mi salud, mejoraré mi aspecto físico y sé que sería más feliz dedicándome algo más de tiempo.
Vayamos por partes, porque tenemos para rato:
En primer lugar, el debería que encabeza la frase y muchos de los mensajes que diariamente nos echamos a la mochila es, ya de entrada, si no un mandato tiránico,  al menos sí cuestionable como motor eficaz para ayudarnos a conseguir nuestro propósito. Lo que cabe cuestionarse aquí es, en primer lugar, si debo yo realmente hacer ejercicio (o cualquier otra cosa). ¿Hay alguna norma que imponga la necesidad de mejorar el aspecto físico de las personas? ¿Dejan de atender mis enfermedades en los centros de salud si previamente yo no he cuidado la mía? Si yo debo hacer ejercicio, estudiar unas oposiciones, ser feliz, ayudar a un amigo siempre que lo necesite… ¿no deberían estos comportamientos estar regulados de alguna manera? Yo debo conducir por la derecha, pagar la cuota de autónomos o abstenerme de golpear al que se me coló en el súper porque existen normas específicas que así lo imponen; pero, ¿dónde queda recogido que debo separarme de mi pareja, que cada día debo coger el 36 para cada día llegar puntual a mi trabajo para puntual pagar las facturas para…? ¿Qué es lo que hago porque debo y qué es lo que hago porque quiero, porque realmente quiero?
Deber y querer no son lo mismo. Deber es una autoimposición mientras que querer implica capacidad de elección y ejercicio voluntario de la misma si así lo deseo. En cualquier caso, siempre puedo darme cuenta de que no quiero realmente hacer algo y rectificar en este punto. ¿Quiero de verdad dedicarme más tiempo o soy de esas personas que necesitan volcarse en los demás para sentirse bien? ¿Quiero de verdad ser funcionaria o lo quiere de verdad mi madre? ¿Quiero trabajar en lo que trabajo porque quiero vivir en la casa en la que vivo porque quiero de verdad llevar la vida que llevo y por eso cada día cojo el 36, porque quiero?
Resolvamos que quiero, que de verdad quiero, ¿si quiero puedo?
Yo quiero hacer ejercicio, pero a las diez estoy tan agotada que no tengo fuerzas ni tiempo que dedicarme. Quiero ser funcionaria pero mi deseo no es suficiente para ocupar ese puesto. Quiero ayudarte siempre, pero en estos momentos yo también necesito ayuda. Yo quiero, pero no puedo porque no todo lo necesario para cumplir mis objetivos depende de mí. Algunas condiciones externas rodean mi meta. ¿Puedo actuar de algún modo sobre estas circunstancias ajenas a mí? Puedo, yo puedo muchas más cosas de las que creo, pero esos asuntos los abordaremos en sucesivos artículos. Hasta entonces, como decía antes, vayamos por pasos. 
Te propongo por ahora:
  • Aprender a discriminar lo que debes hacer de lo que quieres hacer, lo que debes ser de lo que deseas ser, lo ajeno de lo que te pertenece, lo adecuado para otros de lo importante para ti. Para eso es necesario revisar viejos conceptos, dedicar tiempo a la reflexión, hacer un ejercicio de toma de conciencia de los sentimientos que me genera una determinada circunstancia u acto. ¿Puedes hacer un listado con todos tus deberes o deberías? ¿Puedes cuestionar uno por uno y resolver hasta qué punto son deberes reales o no?
  • Aprender a apropiarte (o reapropiarte) de tus actos, quizá tengan más significado de lo que aprecias a simple vista o de lo que el lenguaje que usas te permite comprender. Para ello, prueba a cambia tu discurso: Tengo que (debo) cuidar de mi madre enferma lleva implícita la idea de que es un esfuerzo indeseado o impuesto por las circunstancias (la enfermedad o la vejez de mi madre, la ausencia de otros familiares con quienes compartir responsabilidades, las convenciones sociales o la moralidad). Sin embargo, es posible que cuidar de tu madre enferma sea también para ti una oportunidad especial para devolver a la persona amada el cariño que una vez recibiste gratuitamente, una oportunidad que te permite dar sentido a tu día a día en este momento. Por qué no reconocer tu esfuerzo y por qué no reconocer que quieres hacer ese esfuerzo porque te hace sentir paz, te hace sentir justa, te hace feliz saber que esa persona se siente arropada y querida y cuidada con amor. Yo quiero cuidar de mi madre ahora que lo necesita es una expresión que te permite reconocer mucho mejor el sentido de esta empresa.
  • Aprender a querer lo que haces como paso previo a saber hacer lo que quieres. Reconectar con el sentido profundo de nuestras acciones (revalorizándolas o cuestionándolas para modificarlas o desecharlas definitivamente) amplía nuestra consciencia de ser, lo cual es un requisito imprescindible para tomar consciencia a su vez de nuevas posibilidades, nuevas rutas de acción, nuevos propósitos.
  • Aprender a delegar y pedir ayuda. Asumir sólo los deberes que en realidad te corresponden o que se corresponden verdaderamente con tu filosofía de vida, con tus valores y objetivos vitales. Ser saludablemente egoísta. Y para ilustrar a lo que me refiero con “saludablemente” se me ocurre traer aquí las enseñanzas del Talmud cuando nos dice: Si yo no pienso en mí, ¿quién lo hará? Pero si pienso sólo en mí, ¿quién soy?
  • Aprender a perdonarse. Si fallas, no es momento para la culpa, sino para centrar toda tu atención en hacerlo mejor ahora.
Son algunos de los asuntos que hoy quería dejar flotando en tu mente. Espero sinceramente que contribuyan a tu bienestar.

Elsa García