miércoles, 4 de abril de 2012

Fantasías, ¿las compartimos?

“Lo real nunca soporta la comparación con el ideal”

ONFRAY




     Las fantasías sexuales son representaciones mentales imaginarias, a veces involuntarias y otras voluntarias, que provocan una amplia gama de deseos y emociones, desde placenteras y excitantes a incómodas y desconcertantes. Es una importante actividad erótica que permite trascender la realidad, creando situaciones que favorecen los deseos, sueños y esperanzas de quien las dirige. En muchas ocasiones, infringen las reglas morales, religiosas, sociales e incluso sexuales. Es por esto, que en nuestra cultura, suelen estar asociadas a lo íntimo, a lo que no se cuenta, a lo prohibido, al morbo, al vicio, a lo sucio, a lo pecaminoso... Y sin embargo, son la práctica sexual más habitual, llevada a cabo por todos, tanto por hombres como por mujeres, en pareja o a solas.


     Las fantasías pueden ser de diversos tipos y tener diversas funciones, pero siempre hay algo en común, un deseo. Y es lo que ocurre con ese deseo, a lo que tenemos que prestar atención para saber si nuestras fantasías pueden pasar de lo íntimo a lo compartido. Según lo que le suceda a nuestro deseo podemos dividir las fantasías en dos tipos, las que nos preparan, de alguna forma, para la acción y las que sustituyen a la acción. Las primeras, son aquellas fantasías que anticipan la acción, que nos permiten regodearnos en lo que puede suceder y ensayar antes de que suceda, nos erotizan, nos predisponen para las relaciones y consiguen mantener un nivel adecuado de excitabilidad. Es decir, aquellas que nos orientan hacia nuestro deseo. Las fantasías que sustituyen a la acción, son aquellas que nos sirven como evasión momentánea de la realidad o que nos excitan pero son tan desagradables que el hecho de pensarlas fuera del momento erótico nos da pavor, aquellas que tratan de compensar los aspectos desagradables o frustrantes de nuestra vida y suponen un respiro cuando nos encontramos abrumados con problemas cotidianos. Las que son el refugio de los deseos que no pueden ser realizados y nos permiten transcender nuestra limitada realidad.

     A la hora de compartir las fantasías sexuales con nuestra pareja no constan reglas fijas, ni más límites que los que cada uno se fije, pero para evitar conflictos sí existen varias recomendaciones generales a tener en cuenta. Todas aquellas fantasías que sustituyen a la acción no son conveniente compartirlas. Bien porque su contenido es desagradable o bien porque implican a personas o actos que no están al “alcance” de nuestra realidad. Para compartir y realizar las fantasías que nos preparan para la acción, es conveniente tener en cuenta que lo que a mí me excita no tiene porque excitar al otro, que no generen celos e inseguridad en la pareja, que no impliquen a terceras personas y mucho menos cercanas (a excepción de parejas abiertas), sean realizables y realistas, ambos quieran llevarla a cabo y, sobretodo, estemos preparados para sus posibles consecuencias porque como bien dice Michael Onfray “Lo real nunca soporta la comparación con el ideal” .

Ana Adán

lunes, 12 de marzo de 2012

ROMPIENDO CONTRATOS

(Parte III: infidelidad y vínculos afectivos)
 “ El bien y el mal, lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto, lo bello y lo feo
dependen de decisiones humanas contractuales, relativas e históricas”
MICHAEL ONFRAY
Llamamos infidelidad al incumplimiento, entre los miembros de una pareja, de un contrato, implícito o explícito, de exclusividad. Llamamos infiel a aquel que no actúa según los pactos establecidos o quiebra los compromisos adquiridos. Visto en “clave sexual” la infidelidad es la ruptura de la restricción de circunscribir el contacto sexual o amoroso a una sola persona, según lo acordado.
Existen muchas razones por las que las personas rompemos nuestros contratos. Seguramente tantas razones como personas. Pero, generalmente, suelen indicar un deseo interno de cambio. Cuando algo en mi vida o relación no marcha bien, la infidelidad puede convertirse en el desencadenante del cambio y pone de manifiesto en la relación aquella insatisfacción que siento, mi miedo al compromiso, mi ganas de romperla, mi necesidad de novedad o la falta de aquello que nos unió... Sea como sea, cuando una pareja se enfrenta a una infidelidad, lo que está claro es que la relación nunca vuelve a lo de antes y no sólo porque pongamos sobre la mesa la necesidad de que algo ha de cambiar sino porque implica secreto, decepción, inseguridad, traición y su consiguiente merma de confianza. Y si existe algo indiscutible en los contratos de las relaciones de pareja es la confianza y, en muchas ocasiones, no reparamos en ella hasta que se esfuma y su pérdida es dolorosa y difícil de superar.

Ante un engaño, y una vez, que hemos vivido el dolor que el duelo implica, a día de hoy, únicamente existen dos opciones. Una, dejar la relación, bien porque hemos descubierto que la persona que amamos o amábamos no es como esperamos o bien porque ya no queremos o no quieren que la relación continúe; y dos, seguir adelante asumiendo que algo falla y que hay trabajar para cambiarlo.

Si decidimos seguir con nuestra pareja lo primero que debemos asumir es que nada volverá a ser como antes, ni mejor ni peor, diferente.  Acto seguido, hemos de exteriorizar y poner fuera de nuestra mente los sentimientos de pena, tristeza, desilusión… perdonando y olvidando a base de tiempo, esfuerzo y amor. Y a partir de aquí, comunicación: siendo sinceros, manifestando cómo nos sentimos y a qué tenemos miedo, explorando nuestra reacción, desilusión y dolor, teniendo en cuenta nuestras necesidades y revisando para qué estamos juntos.  
No debemos olvidar que las crisis son oportunidades de superación y que cuando un contrato se incumple gozamos de una segunda ocasión para reelaborarlo, y esta vez, conscientemente, conociendo sus términos y detalles e incluyendo aquellas cláusulas que sabemos son importantes.

Ana Adán


sábado, 28 de enero de 2012

Qué es un insight en verso, por Emily Dickinson

Sentí un funeral en mi cerebro
los deudos iban y venían arrastrándose -arrastrándose- hasta que pareció
que el sentido se quebraba totalmente-

y cuando todos estuvieron sentados,
una liturgia, como un tambor-
comenzó a batir -a batir- hasta que pensé
que mi mente se volvía muda-

y luego los oí levantar el cajón
y crujió a través de mi alma
con los mismos botines de plomo, de nuevo,
el espacio comenzó a repicar

como si todos los cielos fueran campanas
y existir, solo una oreja,
y yo, y el silencio, alguna extraña raza
naufragada, solitaria, aquí-

y luego un vacío en la razón, se quebró,
caí, y caí-
y di con un mundo en cada zambullida
y terminé sabiendo -entonces-.

domingo, 1 de enero de 2012

Los genes que regulan la personalidad

  • ¿es posible que los genes también influyan en nuestra personalidad?
  • Punset indaga sobre esta cuestión con el genetista Dean Hamer
  • Hamer sugiere que la felicidad tendría una componente genética
  • Redes se emite los domingos, a las 21.30 horas, en La 2 de TVE
http://www.rtve.es/television/20111215/genes-regulan-personalidad/482262.shtml

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Hemos roto, y ahora qué?.

(Vínculos afectivos y Duelo)
                “Muchas de las más intensas emociones humanas surgen durante la formación, el mantenimiento, la ruptura y la renovación de lazos afectivos”.
BOWLBY
A lo largo de nuestra vida, pasamos por diversas etapas, donde en un continuo vaivén de contacto y retirada vamos creando vínculos afectivos. Desde nuestro nacimiento, o quizá antes, sentimos la necesidad de ser queridos, amados, aceptados, comprendidos y acompañados en el camino de la vida, aunque sólo sea por una persona.  En ocasiones, nos torturamos por dicha aspiración y nos forzamos a no necesitarlo, olvidando que es un impulso grabado en nuestro cerebro, una necesidad fisiológica y emocional básica de la que no podemos escapar. En otras, lo pretendemos con todas nuestras fuerzas, obsesionándonos por la creación y mantenimiento de vínculos, a pesar de dejar de ser nosotros mismos en el intento.  Y de vez en cuando, cuando por fin creíamos disfrutar para lo que estamos programados, nuestros vínculos afectivos se rompen y tenemos que enfrentarnos a la pérdida.
Cuando el ser humano se enfrenta a la pérdida, sea ésta del carácter que sea, la frustración y la tristeza se instalan en nuestra vida. Además, de la rabia (que es una respuesta inmediata, corriente e invariable ante la pérdida) que no siempre se tiene en cuenta. El dolor  que sintamos dependerá de la valoración que hagamos de lo que teníamos, de nuestra capacidad para hacer frente a los conflictos (lo que diferencia a una persona que necesita ayuda psicológica, de una que no, es su capacidad para regular satisfactoriamente sus conflictos) y de la intensidad de las emociones despertadas en la relación.  Así como, de nuestras primeras experiencias vinculares, es decir, del tipo de apego que hayamos establecido con nuestros padres.
                Tras la ruptura de pareja (sobre todo cuando hemos sido dejados) nos encontramos con la aflicción, un conjunto de sentimientos que se van sucediendo (angustia, vacío, rabia, culpa…)    que nos alcanzan a nivel corporal, intelectual, emocional y social. Es decir, nos topamos con el Duelo y su elaboración, el proceso de adaptación que sigue a cualquier pérdida, donde decimos adiós a lo que dejamos. Para una correcta elaboración del Duelo debemos dejarnos llevar por la aflicción y vivir cada una de sus etapas.  
                La primera reacción psicológica tras la ruptura será la negación, por un corto periodo de tiempo, a modo de defensa, no seremos capaces de aceptar que la situación ha sucedido.  Acto seguido seremos alcanzados por la protesta o rabia, que es la forma de rechazar lo que está ocurriendo y este será el momento de buscar culpables de nuestra situación. Una vez que somos conscientes de la pérdida y nos hemos permitido expresar la rabia, la tristeza se apoderará de nosotros.  Con el tiempo iremos sintiendo que nos encontramos solos, y será aquí, cuando el miedo comience a acompañarnos, como señal de alarma de necesidad de protección (una de las razones por la que nos unimos a otros seres humanos es por el sentimiento de protección que el vínculo nos proporciona). Poco a poco, comenzamos a aceptar la ruptura racionalizándola, utilizando deshonestamente condiciones que creemos y sentimos pueden disminuir o hacer desaparecer el dolor. Hasta aquí, según mi experiencia terapéutica, la gran mayoría de las personas somos capaces de llegar solos, en más o menos tiempo o con mayor o menor sufrimiento. La dificultad suele aparecer en las siguientes etapas, que son las que, curiosamente, nos permiten el establecimiento de nuevas relaciones de pareja.
                Si hemos llegado hasta aquí e intentamos dar un paso más, dejándonos sentir  asumiremos con el corazón que la relación ha terminado, produciéndose así la aceptación emocional y estaremos preparados para decir adiós y pedir perdón.  Perdonar todo lo que nos hicieron y la situación en la que nos encontramos por ello.  Sin olvidar que como dice Hannah Arendt el perdón pretende hacer lo que parece imposible, deshacer lo que ha sido hecho, y consigue establecer un nuevo comienzo allí donde los comienzos parecían imposibles.  Tras el perdón lograremos contactar con todo lo bueno que nos ha proporcionado la relación y dar las gracias por ello.  Alcanzado este momento la pérdida será asimilada y el duelo habrá concluido, sintiéndonos tranquilos y pudiendo orientar toda la energía utilizada en la antigua relación en una nueva.
                Hemos roto, y ahora toca darnos un tiempo para nosotros, donde aceptemos y experimentemos la realidad de la pérdida, sintamos el dolor y las emociones que conlleva. Ser capaces de adaptarnos a un nuevo ambiente sin esa persona, aprender a vivir en él, retirar la energía emocional y reinvertirla en nuevas relaciones. Es decir, después de una ruptura: aprender a decir adiós a lo que dejamos y dar la bienvenida a lo que nos llega.
Ana Adán

martes, 20 de diciembre de 2011

1901: Primer matrimonio homosexual en España


Hace cien años, en La Coruña, las chicas de la foto se casaron legalmente. Marcela como la novia y Elisa haciéndose pasar por Mario. A pesar de que las descubrieron, la unión nunca fue anulada y por eso se la considera el primer matrimonio homosexual de España. Una exposición, un libro, una película y un premio que lleva sus nombres son parte del homenaje que hoy reciben desde el cielo.